[El Ave María]
[Segunda decena]15a Rosa
44) La salutación angélica es tan sublime, tan elevada, que el Beato Alano de la Roche ha creído que ninguna criatura puede comprenderla y que sólo Jesucristo, hijo de la Santísima Virgen, puede explicarla.
Tiene origen su principal excelencia en la Santísima Virgen, a quien se dirigió, de su fin, que fue la Encarnación del Verbo -para la cual se trajo del cielo- y del arcángel San Gabriel, que la pronunció el primero.
La salutación resume en la síntesis más concisa toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. Se encuentra en ella una alabanza y una invocación. Encierra la alabanza cuanto forma la verdadera grandeza de María; la invocación comprende todo lo que debemos pedirle y lo que de su bondad podemos alcanzar. La Santísima Trinidad ha revelado la primera parte; Santa Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, añadió la segunda; y la Iglesia en el primer Concilio de Éfeso en 430, ha puesto la conclusión, después de condenar el error de Nestorio y de definir que la Santísima Virgen es verdaderamente Madre de Dios. El Concilio ordenó que se invocase a la Santísima Virgen bajo esta gloriosa cualidad, expresada por estas palabras: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte."
45) La Santísima Virgen María fue aquella a quien se hizo esta divina salutación para llevar a cabo el asunto más grande e importante del mundo, la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Embajador de tan dichosa nueva fue el arcángel Gabriel, uno de los primeros príncipes de la corte celestial. La salutación angélica contiene la fe y la esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles; es la constancia y la fuerza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los religiosos. Es el cántico nuevo de la ley de gracia, la alegría de los ángeles y de los hombres, el terror y la confusión de los demonios.
Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen Madre de Dios; las almas de los justos salieron del limbo, las ruinas del cielo se repararon y los tronos vacíos se ocuparon de nuevo, se perdonó el pecado, se nos dio la gracia, curáronse las enfermedades, resucitaron los muertos, se llamó a los desterrados, se aplacó la Santísima Trinidad y obtuvieron los hombres la vida eterna. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios.
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46) Aun cuando no hay nada tan grande como la Majestad Divina, ni nada tan abyecto como el hombre -considerado como pecador-, sin embargo, esta Majestad Suprema no desdeña nuestros homenajes; se complace cuando cantamos sus alabanzas. Y la salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. "Canticum novum cantabo
tibi" (4): Entonaré un cántico nuevo. Este cántico nuevo que David predijo se cantaría a la venida del Mesías es la salutación del Arcángel.
Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo. El antiguo es el que cantaron los israelitas en reconocimiento de la creación, la conservación, la libertad de su esclavitud, el paso del Mar Rojo, el maná y todos los demás favores del cielo. El cántico nuevo es el que cantan los cristianos en acción de gracias por la Encarnación y por la Redención. Como estos prodigios se realizaron por la salutación del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad estos beneficios inestimables. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido.
Glorificamos al Espíritu Santo porque ha formado el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados. Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, amor y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
47) Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la Madre de Dios y encierra sus elogios, es, no obstante, muy glorioso para la Santísima Trinidad, porque todo el honor que rendimos a la Santísima Virgen vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes. Dios Padre es glorificado porque honramos a la más perfecta de sus criaturas. El Hijo es glorificado porque alabamos a su purísima Madre. El Espíritu Santo es glorificado porque admiramos las gracias de que fue colmada su Esposa.
Del mismo modo que la Santísima Virgen, con su hermoso Magnificat, dedica a Dios las alabanzas y bendiciones que le tributa Santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del Señor, envía también inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos por la salutación angélica.
48) Si la salutación angélica da gloria a la Santísima Trinidad, es también la más perfecta alabanza que podemos dirigir a María.
Santa Matilde, deseando saber por qué medio podría testimoniar mejor la ternura de su devoción a la Madre de Dios, fue arrebatada en espíritu, y se le apareció la Santísima Virgen llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en letras de oro, y le dijo: "Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con una salutación más agradable que la que me ofreció la Beatísima Trinidad, por la cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra "Ave", que es el nombre de Eva, supe que Dios, con su omnipotencia, me había preservado de todo pecado y de las miserias a que estuvo sujeta la primera mujer.
El nombre de "María", que significa Señora de luz, indica que Dios me llenó de sabiduría y de luz, como astro brillante, para iluminar el cielo y la tierra.
Las palabras: "llena de gracia", expresan que el Espíritu Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las piden por mediación mía.
Diciendo: "el Señor es contigo", se me recuerda el gozo inefable que sentí en la Encarnación del Verbo divino.
Cuando se me dice: "bendita tú eres entre todas las mujeres", alabo a la divina misericordia, que me elevó a tan alto grado de felicidad.
A las palabras: "bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", todo el cielo se regocija de ver a Jesús, Hijo mío, adorado y glorificado por haber salvado a los hombres."
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49) Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Roche -y sabemos que este gran devoto de María confirmó con juramento sus revelaciones-, hay tres más notables: la primera, que es señal probable y próxima de eterna reprobación tener negligencia, tibieza y aversión a la salutación angélica, que ha reparado el mundo; la segunda, que los que sienten devoción a esta salutación divina poseen una gran señal de predestinación; la tercera, que los que han recibido del cielo el favor de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben cuidar con el mayor esmero de continuar amándola y sirviéndola hasta que
Ella los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria conveniente a sus méritos.
50) Todos los herejes, que son hijos del diablo, y que llevan las señales evidentes de la reprobación, tienen horror al avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no el avemaría y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario.
Entre los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se cuidan apenas del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente.
Aunque yo no aceptara con fe piadosa lo revelado al Beato Alano de la Roche, mi experiencia me basta para estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. Yo no sé, ni veo con claridad cómo es que una devoción aparentemente tan pequeña puede ser señal infalible de eterna salvación, y su defecto, signo de reprobación; y no obstante, nada más cierto.
Nosotros mismos vemos que quienes en nuestros días profesan las doctrinas nuevas condenadas por la Iglesia, a pesar de su piedad aparente, descuidan la devoción del Rosario y con frecuencia lo separan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el Rosario y el escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil. Hablaremos de ello a continuación.
51) Mi avemaría, mi Rosario, son mi oración y mi muy segura piedra de toque para distinguir a los que van dirigidos por el espíritu de Dios de los que están bajo la ilusión del espíritu maligno. He conocido almas que parecían volar, como las águilas, hasta las nubes, por su sublime contemplación, y que, no obstante, eran desdichadamente engañadas por el demonio, y sólo pude descubrir sus ilusiones al verlas rechazar el avemaría como algo que resultaba poco para ellas.
El avemaría es un rocío celeste y divino que, al caer en el alma de un predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se ilumina su espíritu, más se abrasa su corazón y fortifica contra sus enemigos.
El avemaría es un dardo penetrante e inflamado, que, unido por un predicador a la palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para atravesar y convertir los corazones más duros, aun cuando no tenga el orador extraordinario talento natural para la predicación.
Ésta fue la secreta arma que, como dejo dicho, enseño la Santísima Virgen a Santo Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes y a los pecadores. Éste es el origen de la práctica de los predicadores de rezar un avemaría al principio de sus predicaciones, según asegura San Antonio.
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52) Esta divina salutación atrae sobre nosotros la bendición abundante de Jesús y María, porque es principio infalible que Jesús y María recompensan magnánimamente a quienes les glorifican: devuelven centuplicadas las bendiciones que reciben. "Ego diligentes me diligo... ut ditem diligentes me et thesauros eorum repleam" (5). Es lo que claman claramente Jesús y María: "Amamos a quienes nos aman, los enriquecemos y henchimos sus tesoros." "Qui seminat in benedictionibus, in benedictionibus et metet" (6): Los que siembran bendiciones, recogerán bendiciones.
Ahora bien, rezar debidamente la salutación angélica ¿no es amar, bendecir y glorificar a Jesús y María? En cada avemaría decimos una bendición doble, una a Jesús y otra a María: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús." Por cada avemaría rendimos a María el mismo honor que Dios le rindió, saludándola con el arcángel Gabriel. ¿Quién podrá creer que Jesús y María -que tantas veces hacen bien a quienes les maldicen- lancen maldición contra quienes les honran y bendicen con el avemaría?
La Reina de los cielos, dicen San Bernardo y San Buenaventura, no es menos agradecida y cortés que las personas de más alta condición del mundo; las aventaja en tal virtud como en todas las demás perfecciones y no dejará que la honremos respetuosamente sin darnos el ciento por uno. María -dice San Buenaventura- nos saluda con la gracia si la saludamos con el avemaría: "Ipsa salutabit nos cum gratia si salutaverimus eam cum Ave Maria."
¿Quién podrá comprender las gracias y bendiciones que operan en nosotros el saludo y las miradas benignas de la Santísima Virgen?
Desde el momento en que oyó Santa Isabel el saludo que le hacía la Madre de Dios, fue llena del Espíritu Santo, y su niño saltaba de gozo. Si nos hacemos dignos del saludo y la bendición recíprocos de la Santísima Virgen, seremos sin duda llenos de gracia, y un torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.
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53) Está escrito: "Dad y se os dará" (7). Tomemos la comparación del Beato Alano:
"Si yo os diese cada día ciento cincuenta diamantes, ¿no me perdonaríais aunque fuerais mi enemigo? ¿No me otorgaríais como a amigo todas las gracias posibles?
¿Queréis enriqueceros con bienes de gracia y de gloria? Saludad a la Santísima Virgen, honrad a vuestra bondadosa Madre."
"Sicut qui thesaurizat, ita et qui honorificat matrem" (8). El que honra a su Madre, la Santísima Virgen, es como el que atesora.
Presentadle, al menos, cincuenta avemarías diariamente, cada una de las cuales contiene quince piedras preciosas, que le son más agradables que todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no podréis esperar de su liberalidad? Ella es nuestra Madre y nuestra amiga. Es la Emperatriz del Universo, que nos ama más que todas las madres y reinas reunidas amaron a hombre alguno, porque, como dice San Agustín, la caridad de la Virgen María excede a todo el amor natural de todos los hombres y de todos los ángeles.
54) Nuestro Señor se apareció un día a Santa Gertrudis contando monedas de oro; ella tuvo curiosidad de preguntarle qué contaba. "Cuento -respondió Jesucristo- tus avemarías: son la moneda con que se compra mi Paraíso."
El devoto y docto Suárez, de la Compañía de Jesús, estimaba de tal modo la salutación angélica, que decía que con gusto daría toda su ciencia por el precio de un avemaría bien dicha.
55) El Beato Alano de la Roche se dirige así a la Santísima Virgen: "Que quien te ama, oh excelsa María, escuche esto y se llene de gozo: El cielo exulta de dicha, y de admiración la tierra, cuando digo Ave María. Mientras aborrezco al mundo, en amor de Dios me inundo cuando digo Ave María. Mis temores se disipan, mis pasiones se apaciguan, cuando digo Ave María. Se aumenta mi devoción y alcanzo la contrición cuando digo Ave María. Se confirma mi esperanza, mi consuelo se agiganta, cuando digo Ave María. Mi alma de gozo palpita, mi tristeza se disipa, cuando digo Ave María, porque la dulzura de esta suavísima salutación es tan grande que no hay término apropiado para explicarla debidamente, y después que hubiera uno dicho de ella maravillas, resultaría aún tan escondida y profunda que no podríamos descubrirla. Es corta en palabras, pero grande en misterios; es más dulce que la miel y más preciosa que el oro. Es preciso tenerla frecuentemente en el corazón para meditarla y en la boca para leerla y repetirla devotamente."
"Auscultet tui nominis amator, o Maria, coelum gaudet, omnis terra stupet cum dico Ave Maria; Satan fugit, infernus contremiscit, cum dico Ave Maria; mundus vilescit, cor in amore liquescit, cum dico Ave Maria; terror evanescit, caro marcescit, cum dico Ave Maria; crescit devotio, oritur compunctio, cum dico Ave Maria; spes proficit, augetur consolatio, cum dico Ave Maria; recreatur animus, et in bono confortatur aeger affectus, cum dico Ave Maria. Siquidem tanta suavitas hujus benignae salutationis, ut humanis non possit explicari verbis, sed semper manet altior et profundior quam omnis creatura indagare sufficiat. Haec oratio parva est verbis, alta mysteriis, brevis sermone, alta virtute, super mel dulcis, super aurum pretiosa; ore cordis est jugiter ruminanda labiisque puris frequentissime legenda ac devote repetenda."
Refiere el mismo Beato Alano, en el capítulo 69 de su Salterio, que una religiosa muy devota del Rosario se apareció después de su muerte a una de sus hermanas y le dijo: "Si pudiera volver a mi cuerpo para decir solamente un avemaría, aun cuando fuera sin mucho fervor, por tener el mérito de esa oración, sufriría con gusto cuantos dolores padecí antes de morir." Hay que advertir que había sufrido durante varios años crueles dolores.
56) Miguel de Lisle, Obispo de Salubre, discípulo y colega del Beato Alano de la Roche en el restablecimiento del Santo Rosario, dice que la salutación angélica es el remedio de todos los males que nos afligen, con tal que la recemos devotamente en honor de la Santísima Virgen.
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Breve explicación del avemaría.
57) ¿Estáis en la miseria del pecado? Invocad a la divina María; decidle: "Ave", que quiere decir: "Te saludo con profundo respeto, oh Señora, que eres sin pecado, sin desgracia." Ella os librará del mal de vuestros pecados.
¿Estáis en las tinieblas de la ignorancia o del error? Venid a María; decidle: "Ave, María", es decir: "Iluminada con los rayos del sol de justicia." Ella os comunicará sus luces.
¿Estáis separados del camino del cielo? Invocad a María, que quiere decir: Estrella del mar y Estrella polar que guía nuestra navegación en este mundo. Ella os conducirá al puerto de eterna salvación.
¿Estáis afligidos? Recurrid a María, que quiere decir: "mar amargo", que fue llena de amarguras en este mundo, al presente cambiada en mar de purísimas dulzuras en el cielo. Ella convertirá vuestra tristeza en alegría y vuestras aflicciones en consuelos.
¿Habéis perdido la gracia? Honrad la abundancia de gracias de que Dios llenó a la Santísima Virgen; decidle:
"Llena de Gracia" y de todos los dones del Espíritu Santo. Ella os dará sus gracias.
¿Os sentís solos y abandonados de Dios? Dirigíos a María y decidle: "El Señor es contigo" más noble e íntimamente que en los justos y los santos, porque eres con Él una misma cosa; pues, siendo tu Hijo, su carne es tu carne, y, dado que eres su Madre, estás con el Señor por perfecta semejanza y mutua caridad. Decidle, en fin:
"Toda la Trinidad Santísima está contigo, pues Tú eres su Templo precioso." Ella os colocará bajo la protección y salvaguardia de Dios.
¿Habéis llegado a ser objeto de la maldición de Dios? Decid: "Eres bendita entre todas las mujeres" y de todas las naciones por tu pureza y fecundidad; Tú cambiaste la maldición divina en bendición. Ella os bendecirá.
¿Estáis hambrientos del pan de la gracia y del pan de la vida? Acercaos a la que ha llevado el pan vivo que descendió del cielo; decidle: "Bendito es el fruto de tu vientre", que concebiste sin detrimento de tu virginidad, que llevaste sin trabajo y que diste a la vida sin dolor. Sea bendito "Jesús", que rescató del cautiverio al mundo, que curó al mundo enfermo, resucitó al hombre muerto, hizo volver al desterrado, justificó al hombre criminal, salvó al hombre condenado. Sin duda vuestra alma será saciada del pan de la gracia en esta vida y de la gloria eterna en la otra. Amén.
58) Concluid vuestra oración con la Iglesia, y decid: "Santa María", santa en cuerpo y alma, santa por tu abnegación singular y eterna en el servicio de Dios, santa en calidad de Madre de Dios, que te ha dotado de una santidad eminente, como convenía a tan infinita dignidad.
"Madre de Dios" y también Madre nuestra, nuestra Abogada y Mediadora, Tesorera y Dispensadora de las gracias de Dios, procúranos prontamente el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación con la Majestad divina.
"Ruega por nosotros, pecadores", pues tienes tanta compasión con los miserables, que no desprecias ni rechazas a los pecadores, sin los cuales no serías la Madre del Salvador.
"Ruega por nosotros ahora", durante el tiempo de esta corta vida frágil y miserable; "ahora", porque sólo nos pertenece el momento presente; ahora, que estamos acometidos y rodeados noche y día de poderosos y crueles enemigos.
"Y en la hora de nuestra muerte", tan terrible y peligrosa, en que nuestras fuerzas estarán agotadas, en que nuestros espíritus y nuestros cuerpos estarán abatidos por el dolor y el terror; en la hora de nuestra muerte, en que Satanás redoblará sus esfuerzos por nuestra eterna perdición; en esa hora en que se decidirá nuestra suerte dichosa o desgraciada para toda la eternidad. Ven en auxilio de tus pobres hijos; Oh Madre compasiva, abogada y refugio de los pecadores; aleja de nosotros en la hora de la muerte a los demonios, enemigos y acusadores nuestros, cuyo aspecto horroroso nos espanta. Ven a iluminarnos en las tinieblas de la muerte.
Condúcenos, acompáñanos al tribunal de nuestro Juez, tu Hijo, intercede por nosotros para que nos perdone y nos reciba en el número de tus escogidos en la mansión de la gloria eterna. "Amén." Así sea.
59) ¿Quién no admirará la excelencia del Santo Rosario, compuesto de dos partes divinas: la oración dominical y la salutación angélica?
¿Hay oración más grata a Dios y a la Santísima Virgen, más fácil, más dulce y más saludable para los hombres? Tengámoslas siempre en el corazón y en la boca para honrar a la Santísima Trinidad, a Jesucristo nuestro salvador y a su Santísima Madre. Además, al fin de cada decena es conveniente añadir el gloria: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
(1) Heb 11,6.
(2) Pange lingua.
(3) Éx 3,14.
(4) Sal 144,9.
(5) Prov 8,17,21.
(6) 2 Cor 9,6.
(7) Lc 6,38.
(8) Si 3,5.