SECCIÓN - ÍNDICE


Ntra. Sra. De Guadalupe - México, año 1531

[Tres fragmentos del Nican Mopohua o Aquí se refiere, traducido del Nahuátl por Miguel León-Portilla]

(I) Juan Diego ve a la Señora, pero, antes de verla, ve el cerro y oye cantos. El cerro está como transfigurado.


«¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Tal vez allá, donde dejaron dicho los ancianos, nuestros antepasados, nuestros abuelos, en la Tierra florida, Xochitlalpan, en la Tierra de nuestro sustento, Tonacatlalpan, tal vez allá en la Tierra celeste, Ilhuicatlalpan?».


Hacia allá estaba mirando, hacia lo alto del cerrito, hacia donde sale el sol, hacia allá, de donde venía el precioso canto celeste. Cesó el canto, dejó de escucharse. Ya entonces oyó, era llamado de arriba del cerrito. Le decían: «Juanito, Juan Dieguito». Luego ya se atrevió, así irá a allá, donde era llamado en la cumbre del cerrito.


Nada inquietó su corazón, ni con esto se alteró, sino que mucho se alegró, se regocijó. Fue a subir al cerrito, allá va a ver donde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrito, contempló a una noble señora que allí estaba de pie.


Ella lo llamó, para que fuera a su lado. Y cuando llegó a su presencia, mucho le maravilló cómo sobrepasaba toda admirable perfección. Su vestido, como el sol resplandecía, así brillaba. Y las piedras y rocas sobre las que estaba flechaban su resplandor como de jades preciosos, cual joyeles relucían. Como resplandores de arco iris reverberaba la tierra. Y los mezquites, los nopales y las demás variadas yerbitas que allí se dan, se veían como plumajes de quetzal, como turquesas aparecía su follaje, y su tronco, sus espinas, sus espinitas, relucían como el oro.


Delante de ella se inclinó, escuchó su reverenciado aliento, su reverenciada palabra, en extremo afable, muy noble, como que lo atraía, le mostraba amor. Le dijo ella: «Escucha, hijo mío, el más pequeño, Juanito, ¿a dónde vas?».


Y él le respondió: «Señora mía, noble señora, mi muchachita, me acercaré allá, a tu reverenciada casa en México Tlatelolco, voy a seguir las cosas divinas, las que nos entregan, nos enseñan los que son imagen del Señor, el Señor Nuestro, nuestros sacerdotes».


En seguida así le habla ella, le muestra su preciosa voluntad, le dice: «Sábelo, que esté así tu corazón, hijo mío, el más pequeño, en verdad soy yo la en todo siempre doncella, Santa María, su madrecita de él, Dios verdadero, Dador de la vida, Ipalnemohuani, Inventor de la gente, Teyocoyani, Dueño del cerca y del junto, Tloque Nahuaque, Dueño de los cielos, Ilhuicahua, Dueño de la superficie terrestre, Tlalticpaque. Mucho quiero yo, mucho así lo deseo que aquí me levanten mi casita divina, donde mostraré, haré patente, entregaré a las gentes todo mi amor, mi mirada compasiva, mi ayuda, mi protección. Porque, en verdad, yo soy vuestra madrecita compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra y también de todas las demás gentes, las que me amen, los que me llamen, me busquen, confíen en mí.


»Allí en verdad oiré su llanto, su pesar, así yo enderezaré, remediaré todas sus varias necesidades, sus miserias, sus pesares. Y para que sea realidad lo que pienso, lo que es mi mirada compasiva, ve allá al palacio del obispo de México. Y le dírás cómo te envío para que le muestres cómo mucho deseo que aquí se me haga una casa, se me levante mi casa divina en el llano. Bien le contarás todo cuanto viste, lo que te ha admirado, y lo que oíste.


»Y que así esté tu corazón, porque bien lo agradeceré, lo compensaré, en verdad así te daré en abundancia, te enalteceré. Y mucho allí merecerás, así yo te recompensaré por tu fatiga, tu trabajo, con que irás a cumplir a lo que yo te envío. Ya escuchaste, hijo mío el más pequeño, mi aliento, mi palabra. Ve ya, hazlo con todo tu esfuerzo».


(II) Juan Diego ve a la Señora después de que el Obispo no ha creído el mensaje, se queja de que él es un hombre pequeño, y le propone que envíe a un hombre importante, para que le hagan caso.


Así le respondió la perfecta, admirable doncella: «Escucha, tú el más pequeño de mis hijos, que así lo comprenda tu corazón, no son gente de rango mis servidores, mis mensajeros, a quienes yo podré encargar que lleven mi aliento, mi palabra, los que podrán hacer se cumpla mi voluntad. Pero es muy necesario que tú vayas, abogues por esto, gracias a ti se realice, se cumpla mi querer, mi voluntad. Y mucho te pido, hijo mío, el más pequeño, y mucho te mando que, una vez más, vayas mañana, vayas a ver al obispo.


»Y de mi parte haz que sepa, haz que oiga bien lo que es mi querer, lo que es mi voluntad, para que cumpla, edifique mi casa divina, la que yo le pido. Y, una vez más, bien dile cómo yo, la siempre doncella Santa María, yo, su madrecita de Teotl Dios, a ti como mensajero te envío».


(II) Juan Diego ve a la Señora por tercera vez, pero Ella lo ha sorprendido mientras que él hacía para evitar el cerro para poder ver a su tío enfermo, que le habían dicho que iba a morir.


«Escucha, que así esté en tu corazón, hijo mío, el más pequeño, nada es lo que te hace temer, lo que te aflige. Que no se perturbe tu rostro, tu corazón, no temas esta enfermedad ni otra cualquier enfermedad, que aflige, que agobia. ¿Acaso no estoy aquí, yo que soy tu madrecita? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, y en resguardo? ¿Acaso no soy la razón de tu alegría? ¿No estás en mi regazo, en donde yo te protejo? ¿Acaso todavía te hace falta algo? Que ya no te aflija cosa alguna, que no te inquiete, que no te acongoje la enfermedad de tu tío. En verdad no morirá ahora por ella. Esté en tu corazón que él ya sanó».


Y luego entonces se curó su tío, como así luego se supo.