ÍNDICE


INTRODUCCIÓN


Cuando el cardenal Ugo Poletti, vicario del papa en la diócesis de Roma, me confirió inesperadamente la facultad de exorcista, yo no imaginaba qué inmenso mundo se abriría a mi conocimiento y qué ingente número de personas acudiría a mi ministerio. Además, el encargo me fue conferido inicialmente como ayudante del padre Candido Amantini, pasionista muy conocido por su experiencia como exorcista, que hacía que acudieran a la Escala Santa menesterosos de toda Italia y a menudo también del extranjero. Ésta fue para mí una gracia verdaderamente grande. Uno no se convierte en exorcista por sí solo, sino con grandes dificultades y a costa de inevitables errores en perjuicio de los fieles. Creo que el padre Candido era el único exorcista en el mundo con treinta y seis años de experiencia a tiempo completo. Yo no podía tener mejor maestro y le estoy agradecido por la infinita paciencia con que me orientó en este ministerio, totalmente nuevo para mí.

También hice otro descubrimiento: que en Italia había muy pocos exorcistas, y poquísimos de ellos preparados. Aún peor es la situación en otras naciones, por lo cual me encontré bendiciendo a personas llegadas de Francia, Austria, Alemania, Suiza, España e Inglaterra, donde —a decir de los solicitantes— no habían conseguido encontrar un exorcista. ¿Incuria de los obispos y los sacerdotes? ¿Verdadera y auténtica incredulidad sobre la necesidad y eficacia de este ministerio? En todo caso, me sentía encaminado a desarrollar un apostolado entre personas que sufrían mucho y a las que nadie comprendía: ni familiares, ni médicos, ni sacerdotes. La pastoral en este sector, hoy, en el mundo católico, está del todo descuidada. Antes no era así y debo reconocer que no es así hoy en algunas confesiones de la reforma protestante, en las que los exorcismos se practican con frecuencia y provecho. Cada catedral debería tener un exorcista como tiene un penitenciario; y tanto más numerosos deberían ser los exorcistas cuanto más necesarios fuesen: en las parroquias más populosas, en los santuarios.

En cambio, además de la escasez del número, los exorcistas son mal vistos, combatidos, les cuesta encontrar hospitalidad para ejercer su ministerio. Se sabe que los endemoniados a veces aúllan. Esto basta para que un superior religioso o un párroco no quiera exorcistas en sus locales: vivir tranquilo y evitar cualquier griterío vale más que la caridad de curar a los poseídos. También el autor de esta obra ha debido recorrer su calvario, si bien mucho menos que otros exorcistas, más meritorios y solicitados. Es una reflexión que invito a hacer, sobre todo a los obispos, que en nuestro tiempo son a veces escasamente sensibles a este problema, al no haber ejercido nunca este ministerio, el cual les está, sin embargo, confiado a ellos en exclusiva: sólo ellos pueden ejercerlo o nombrar exorcistas. ¿De dónde sale este libro? Del deseo de poner a disposición de cuantos estén interesados en este asunto el fruto de mucha experiencia, más del padre Candido que mía. Mi intención es ofrecer un servicio en primer lugar a los exorcistas y a todos los sacerdotes. En efecto, igual que todo médico clínico ha de estar en condiciones de indicar a sus pacientes cuál es el especialista al que deben recurrir en cada caso (un otorrino, un ortopeda, un neurólogo...), así todo sacerdote debe poseer ese mínimo de conocimientos para comprender si una persona necesita o no dirigirse a un exorcista.

Hay otro motivo, por el que varios sacerdotes me han alentado a escribir este libro. Entre las normas dirigidas a los exorcistas, el Ritual les recomienda que estudien «muchos documentos útiles de autores acreditados».

Ahora bien, cuando se buscan libros serios sobre este asunto se encuentran muy pocos. Señalo tres. Está el libro de monseñor Balducci: Il diavolo (Piemme, 1988); es útil por su parte teórica, pero no por la práctica, en la cual es deficiente y presenta errores; el autor es un demonólogo, no un exorcista. Está el libro de un exorcista, el padre Matteo La Grua: La preghiera di liberazione (Herbita, Palermo, 1985); es un volumen escrito para los grupos de Renovación, con el objetivo de guiar sus plegarias de liberación. Hay que mencionar también el libro de Renzo Allegri: Cronista all'inferno (Mondadori, 1990); no es un estudio sistemático, sino una colección de entrevistas llevadas a cabo con extrema seriedad y que narran los casos límite, los más impresionantes, seguramente verídicos, pero que no reflejan la casuística ordinaria que debe abordar un exorcista.

En conclusión, me he esforzado en estas páginas en colmar una laguna y presentar la cuestión bajo todos sus aspectos, pese a la brevedad que me he prefijado para poder llegar a un mayor número de lectores. Me propongo profundizar más en próximos libros y espero que otros escriban con competencia y sensibilidad religiosa, de modo que el tema sea tratado con la debida riqueza, que en los siglos pasados se hallaba en el campo católico y que ahora sólo se encuentra en el protestante.

Digo también que no me detengo a demostrar ciertas verdades que supongo aceptadas y que ya han sido tratadas suficientemente en otros libros: la existencia de los demonios, la posibilidad de las posesiones diabólicas y el poder de expulsar a los demonios que Cristo ha concedido a aquellos que creen en el mensaje evangélico. Son verdades reveladas, claramente contenidas en la Biblia, profundizadas por la teología y que constantemente enseña el magisterio de la Iglesia. He preferido ir más allá y detenerme en lo menos conocido, en las consecuencias prácticas que pueden ser útiles a los exorcistas y a cuantos deseen ser informados sobre esta materia. Se me perdonará alguna repetición de conceptos fundamentales.

Que la Virgen Inmaculada, enemiga de Satanás desde el primer anuncio de la salvación (Gén. 3, 15) hasta el cumplimiento de ésta (Ap. 12) y unida a su Hijo en la lucha por derrotarlo y aplastarle la cabeza, bendiga este trabajo, fruto de una actividad agotadora que desarrollo confiado en la protección de su manto maternal.

Añado algunas observaciones a esta edición ampliada. No preveía que la difusión del libro sería tan vasta y rápida como para requerir que en poco tiempo se sucedieran nuevas ediciones. Es una confirmación, a mi parecer, no sólo del interés del asunto, sino también del hecho de que actualmente no existe ningún libro, entre los católicos, que aborde los exorcismos de manera completa, aunque concisa. Y esto no sólo en Italia, sino en todo el mundo católico. Es un dato significativo y penoso, que denuncia un inexplicable desinterés o, quizá, auténtica incredulidad.

Agradezco los numerosísimos elogios recibidos, las manifestaciones de aprobación, especialmente por parte de otros exorcistas, entre las cuales la más grata ha sido la de mi «maestro» el padre Candido Amantini, que ha reconocido mi libro como fiel a sus enseñanzas. No me han llegado críticas como para tener que realizar modificaciones; por eso, en esta nueva edición sólo he hecho ampliaciones que he estimado significativas para un mayor ahondamiento en el tema tratado, pero no he hecho correcciones. Creo que también las personas o las clases sociales sobre las que he tenido que hablar han comprendido la recta intención de mis observaciones y no se han ofendido por ellas. He tratado de prestar un servicio del más amplio alcance, posibilitado por la prensa, del mismo modo que en mi actividad trato día a día de ofrecer un servicio a cuantos recurren a mi ministerio de exorcista.

Por todo doy gracias al Señor. Permítaseme añadir algo más, con motivo de la décima edición (1993). Debo reconocer que en estos dos últimos años algo ha cambiado: se han publicado importantes documentos episcopales, ha aumentado el número de exorcistas, varios obispos practican exorcismos y nuevos libros se han sumado a los míos. Algo se está moviendo. No me atribuyo el mérito de ello, pero señalo los hechos.

Concluyo con un conmovido recuerdo del padre Candido Amantini, a quien el Señor llamó a su lado el 22 de septiembre de 1992. Era el día de su onomástica; a los cofrades que le felicitaban les dijo sencillamente: «Le he pedido a san Cándido que hoy me haga un regalo.»

Nacido en 1914, a los dieciséis años entró en los pasionistas. Profesor de Sagrada Escritura y de Moral, se prodigó sobre todo en el ministerio de exorcista a lo largo de treinta y seis años. Recibía de sesenta a ochenta personas cada mañana, y escondía su cansancio detrás de un rostro sonriente. Sus consejos a menudo resultaban inspirados. De él dijo el padre Pio: «El padre Candido es un sacerdote según el corazón de Dios.»

El presente libro, aparte de los defectos, que deben atribuírseme a mí, sigue testimoniando su experiencia de exorcista, en beneficio de cuantos están interesados en la materia. Y éste es uno de los motivos por los cuales lo he escrito y me alegró muchísimo su juicio sobre la fidelidad a su larga experiencia.


Gabriele Amorth