APÉNDICES
Un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Se trata de una carta enviada a todos los obispos diocesanos para recordar las normas vigentes respecto de los exorcismos. No sé verdaderamente por qué algunos periódicos han hablado de «nuevas restricciones»; no hay novedades; es importante la exhortación final. Podría ser una novedad lo que se afirma en el número 2, en cuanto se repite que los fieles no pueden usar el exorcismo de León XIII, pero ya no se dice que los sacerdotes necesitan el permiso del obispo; no está claro si esta variante está en la voluntad de la Sagrada Congregación. Encuentro de dudosa interpretación el número 3. La carta es del 29 de septiembre de 1985. Aquí damos una traducción nuestra.
Excelentísimo Señor: Desde hace algunos años, entre ciertos grupos eclesiales se van multiplicando encuentros de oración con este objetivo: obtener la liberación de las influencias maléficas, aun cuando no se trata de exorcismos propiamente dichos; estos encuentros se desarrollan bajo la guía de laicos, aunque en presencia de un sacerdote. Puesto que se ha preguntado a la Congregación para la Doctrina de la Fe qué hay que pensar sobre tales hechos, este dicasterio estima necesario informar a todos los obispos diocesanos de las siguientes respuestas:
El canon 1172 del Código de Derecho Canónico dispone que nadie puede legítimamente pronunciar los exorcismos sobre los endemoniados si no ha obtenido licencia específica y expresa del obispo diocesano del lugar (par. 1.°), y precisa que esta licencia sólo debe concederse a un sacerdote que esté dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida (par. 2.°). Por lo tanto, se invita a los obispos a atenerse estrictamente a la obser- vancia de estas prescripciones.
De tales prescripciones resulta también que no es lícito que los fieles usen la fórmula del exorcismo contra Satanás y los ángeles rebeldes, tomada de aquella que se ha hecho de derecho público por disposición del sumo pontífice León XIII; y aún menos pueden usar el texto íntegro de dicho exorcismo. En caso necesario, que los obispos se ocupen de advertir de esta disposición a los fieles.
Por último, por los mismos motivos, se ruega a los obispos que se muestren alertas a fin de que —incluso en los casos en que, aunque no se trate de posesión diabólica propiamente dicha, parece que sin embargo se manifiesta algún influjo diabólico— aquellos que no tienen la debida licencia no guíen las reuniones en que se usan oraciones para obtener la liberación, en el curso de las cuales se dirigen directamente a los demonios y se esfuerzan en conocer sus nombres.
El haber recordado estas normas, empero, no debe apartar en lo más mínimo de la oración a los fieles a fin de que, como Jesús nos ha enseñado, ellos sean liberados del mal (cfr. Mt. 6, 13). Además, los pastores pueden servirse de esta ocasión que se les brinda para recordar lo que la tradición de la Iglesia enseña respecto de la función que es propia de los sacramentos, de la intercesión de la beatísima Virgen María, de los ángeles y de los santos, también en la lucha espiritual de los cristianos contra los espíritus malignos.
(La carta está firmada por el prefecto cardenal Ratzinger y el secretario monseñor Bovone.)
Para los incompetentes es peligroso atacar al demonio
La carta antes reproducida alerta, a quien no posee la facultad de hacerlo, por lo que se refiere a dirigirse directamente al demonio pretendiendo conocer su nombre.
Es una norma dictada también como salvaguardia de las personas que quieren hacer lo que no les compete. Los Hechos (19, 11-20) nos refieren un sabroso episodio al respecto:
«Y Dios hacía tan grandes milagros por medio de Pablo, que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocadas por su cuerpo eran llevadas a los enfermos, y éstos se curaban de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos.
»Pero algunos judíos que andaban por las calles expulsando espíritus malignos trataron de usar para ello el nombre del Señor Jesús. Decían a los espíritus: "¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo anuncia, os ordeno que salgáis!" Esto hacían los siete hijos de un judío llamado Esceva, que era un jefe de los sacerdotes. Pero en cierta ocasión les contestó el espíritu maligno: "Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?" Al propio tiempo, el hombre que tenía el espíritu maligno se lanzó sobre ellos, y con gran fuerza los dominó a todos, maltratándolos con tanta violencia que huyeron de la casa desnudos y heridos. Todos los que vivían en Efeso, judíos y no judíos, se enteraron de lo ocurrido y se llenaron de temor. De esta manera crecía la fama del nombre de Jesús.
»También muchos de los que creyeron llegaban confesando públicamente todo lo malo que antes habían hecho, y muchos que habían practicado la brujería trajeron sus libros y los quemaron en presencia de todos. Calculado el valor de aquellos libros, resultó ser como de unas cincuenta mil monedas de plata. El mensaje del Señor iba así extendiéndose y demostrando su poder.»
Obsérvese también, además de la mala suerte de aquellos siete hermanos, cómo la gente se convertía dejando la magia (el culto a Satanás) para abrazar la palabra del Señor (el culto a Dios).
Algo muy distinto le acaeció al padre Candido, autorizado por la Iglesia para este ministerio. Un día estaba exorcizando a una robusta mujer, que solía enfurecerse. También estaba presente un psiquiatra. En un momento dado la mujer se levantó de la silla, se volvió sobre sí misma, como hacen los discóbolos a fin de coger fuerza para el lanzamiento del disco, y lanzó con todas sus fuerzas un puñetazo que golpeó al exorcista en la sien derecha. El ruido del golpe resonó en la amplia sacristía; el médico acudió preocupadísimo. Pero el padre Candido prosiguió impertérrito su exorcismo, con el rostro sonriente como era habitual en él. Al final dijo que había sentido como si un guante de terciopelo le hubiese rozado la sien. Evidentemente había sido protegido por el cielo y, yo no vacilo en decirlo, de manera extraordinaria.